Retroceso de los glaciares andinos

Los glaciares andinos han entrado en una fase acelerada de retroceso debido al calentamiento global y al fenómeno meteorológico conocido como El Niño, estimándose que desaparecerán completamente en 20 o 30 años. Científicos de 15 países reunidos en Huaraz (Perú) han expresado su preocupación por estos procesos, que inciden sobre los acuíferos y los núcleos de población de cuatro países latinoamericanos.

Los glaciares andinos han entrado en una fase acelerada de retroceso, tanto en el norte de la cordillera (Ecuador, Perú y Bolivia), como en el sur (glaciares Echaurren y Piloto Este, en los Andes de Santiago y Mendoza, respectivamente) y el extremo sur (San Lorenzo, Andes de Patagonia y Tierra del Fuego).

Así se ha puesto de manifiesto en el congreso «Retroceso Glaciar en los Andes y Consecuencias para los Recursos Hídricos), celebrado en Huaraz, Ancash, Perú, entre los días 6 y 9 de julio de 2004, con la participación de 120 investigadores procedentes de 15 países (europeos, norteamericanos y latinoamericanos).

Los glaciares tropicales cubren una superficie de 2.500 kilómetros cuadrados, pero son particularmente importantes, primero por los recursos hídricos que otorgan a los poblados próximos, pero también a nivel científico. Los glaciares constituyen las reservas sólidas de agua dulce y por su gran sensibilidad al cambio climático, los glaciares tropicales representaban excelentes indicadores de la evolución del clima.

Desaparición en 20 o 30 años

En América Latina, los glaciares tropicales están ubicados mayoritariamente en la Cordillera de los Andes: 71% en Perú, 20% en Bolivia, 4% en Ecuador y 4% en Colombia. Estos glaciares tropicales presentan un retroceso acelerado desde mediados de los años 70.

Sólo algunos glaciares parecen avanzar, pero esto se debe, bien a condiciones climáticas locales (Perito Moreno, Argentina), bien a cortos períodos de tiempo (Quelccaya o el glaciar 15 del Antisana, en Ecuador) durante la última fase fría del ENSO (El Niño-Southern Oscillation), un modo de variación climática oscilatorio a escala inferior a la década.

Muchos de los glaciares de los Andes pierden densidad rápidamente y según el IPCC (panel de la Organización de las Naciones Unidas que agrupa a las deferentes investigaciones internacionales sobre el cambio climático) estos glaciares desaparecerán completamente en 20 o 30 años.

Marco Zapata, Coordinador General de la Unidad de Glaciología del INRENA, señaló al respecto que en 1970 existían en el Perú 18 grandes áreas glaciares o cordilleras que cubrían una extensión de 2,041 kilómetros cuadrados, pero que esta extensión se había reducido a 1.595 kilómetros cuadrados en 1997, lo que significa que en sólo 27 años se produjo una reducción del 21.8%.

Asimismo, tal como reflejó el INRENA en un comunicado, Zapata anunció la próxima desaparición de los glaciares ubicados por debajo de los 5.500 metros, siempre que se mantengan las tendencias climáticas actuales.

Tendencia desde los 70

La tendencia al retroceso de los glaciares andinos se ha amplificado desde finales de los años setenta, período en el que el fenómeno climático conocido como El Niño se hizo más frecuente e intenso.

Para averiguar la posible relación entre El Niño y la evolución de los glaciares andinos, el Instituto de Investigación para el Desarrollo (IRD) de Francia, junto con el Instituto de Hidráulica e Hidrología de Bolivia y el Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología de Ecuador, montaron en 1991 una red de observación de la decena de glaciares presentes a lo largo de la cordillera de los Andes.

La red observó particularmente a dos glaciares representativos de la región, el Antizana, entre 5,670 y 4,800 m de altitud, en Ecuador, y el Chacaltaya (5,375 m a 5,134 m), en Bolivia. Lamentablemente, pocos glaciares en la Cordillera de los Andes son observados regularmente por su balance de masa, por lo que la mayor parte de las observaciones proceden de imágenes de satélites o de fotos aéreas.

El análisis de los datos recopilados en este tiempo, y dados a conocer en el congreso de Huaraz, muestra que el balance de la masa de los glaciares (es decir, la diferencia entre la acumulación de nieve y hielo y su desaparición) está directamente relacionado por el ENSO (Efecto multiplicador de El Niño).

Durante las fases calientes de El Niño, los glaciares pierden al año un grosor de 600 a 1.200 milímetros. Sin embargo, durante el período opuesto (La Niña), más frío y húmedo, los glaciares se equilibran y llegan en ocasiones a alcanzar un excedente que impide temporalmente su declive.

El efecto amplificador de El Niño sobre el deshielo de Los Andes se relaciona con el fenómeno conocido como albedo, que es el poder reflectante de las radiaciones solares sobre el glaciar.

Durante El Niño, las precipitaciones bajan y la atmósfera se recalienta. La capa de nieve disminuye con el albedo, lo que acelera la pérdida de masa helada. El fenómeno resulta más inquietante porque se superpone al calentamiento global, que afecta también a la región.

Un ejemplo citado por los especialistas se refiere al déficit anual medio del glaciar de Chacaltaya en Bolivia, que pasó de 0,6 m de agua entre 1963 y 1983, a 1,2 m entre 1983 y 2003. A este ritmo, los expertos predicen su completa desaparición antes de 2015.

Impacto hidrológico

Un efecto de estos cambios en los glaciares se refiere al régimen hidrológico de las cuencas, que varía en función del volumen de masa helada en las montañas.

En varios lugares de los Andes se ha notado desde hace unas décadas un aumento significativo de los volúmenes escurridos en cuencas con glaciares (Cordillera Blanca), a pesar de una disminución de las precipitaciones (por ejemplo en Chile entre los 27° y los 40° de latitud sur).

En Cordillera Blanca del Perú, los caudales glaciares han aumentado significativamente desde el Pacific shift de 1976 y van a seguir aumentando en el futuro (según los escenarios del IPCC) hasta una fecha a partir de la cual van a disminuir. Esta fecha depende mucho de la tasa de glaciación que existe en dichas cuencas, según los expertos reunidos en Huaraz.

Varias de las comunicaciones del congreso también han permitido relacionar mejor la evolución de los glaciares con los parámetros climáticos regionales. Por ejemplo, las precipitaciones de verano sobre el Altiplano son relacionadas con el flujo de monzón que viene del Atlántico vía la Amazonía, a pesar de que las precipitaciones son debidas principalmente a la convección afectando el aire húmedo sobre el Altiplano mismo. Las precipitaciones de invierno (temporada seca) son asociadas a situaciones sinópticas bien particulares («bajas segregadas» o «cut-off», y otras).

Aumento de las temperaturas

En el pasado, la multiplicación de esas anomalías de precipitación de temporada seca podrían haber tenido una influencia importante sobre los balances de masa de los glaciares, aumentando el albedo en la entrada del verano. En los Andes, muchas regiones conocen actualmente un aumento significativo de temperaturas (Chile y Argentina centrales, Andes centrales de Bolivia y Perú).

En el Chile central, la isoterma 0°C (isotermas son las líneas que unen los puntos del mapa en los que existe la misma temperatura) ha subido de 170m a 245m en los últimos 30 años y las precipitaciones tienden a bajar, lo que explica probablemente el déficit generalizado de los glaciares de la zona.

En los Andes Argentinos, las precipitaciones aumentan al norte (frontera con Bolivia) y bajan en el Sur (Patagonia), reflejando un origen atlántico más dominante de dichas precipitaciones.

Al contrario de los glaciares alpinos, que experimentan un largo periodo de acumulación en invierno y un breve periodo de ablación en verano, los glaciares tropicales están permanentemente sometidos a un régimen de pérdidas en su parte inferior, que alcanza su nivel máximo durante el verano austral, de octubre a abril. En esa época es cuando coinciden el mayor calentamiento del Sol y las máximas precipitaciones.

También en otras latitudes

El proceso andino no es el único, ya que el deshielo afecta también a otros glaciares. En el Ártico, la capa de hielo es casi un 40% más delgada que hace 40 años mientras en la Antártida los glaciares pierden 1,2 metros de grosor cada año, lo que eleva progresivamente el nivel del mar.

En Europa se estima que dentro de un siglo se producirá la casi total desaparición de los glaciares del viejo continente, de los cuales sólo quedarían restos debajo del permafrost que, con el transcurso del tiempo, también desaparecerían.

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