Se acelera el retroceso de los glaciares tibetanos

El cambio climático en la meseta tibetana está perturbando los ecosistemas del altiplano más grande del mundo. Las rutas tradicionales de las comunidades nómadas entre campos de pastoreo de altura y los de valles bajos han tenido que modificarse. Pero lo más importante es que los glaciares de la meseta se están encogiendo. En esas masas de hielo nacen los siete ríos más importantes de Asia. Al oriente, Yangtzé, Huang-ho, Irrawady y Mekong; al poniente, Indo, y al sur, Bramaputra y Ganges.

La meseta tibetana se formó hace unos 55 millones de años por la colisión de las placas tectónicas indoaustraliana y euroasiática. Está formada por la cordillera del Himalaya en el sur y los grandes desiertos de Asia central en el norte. Mantiene en promedio unos 4 mil 500 metros de altitud y es una zona que afecta y ha condicionado el clima del planeta.

Este altiplano genera un dosel de precipitación en la parte norte de India durante el monzón porque los vientos del sur, cargados de humedad, al chocar con las colinas de la cordillera descargan las lluvias que dan vida a la agricultura y aumentan el caudal de los ríos. Pero una vez alcanzada la meseta, los vientos ya están más secos y la precipitación es escasa. Las praderas del sur de la meseta apenas pueden servir para que las comunidades nómadas encuentren pastizales para sus rebaños de yaks (Bos grunniens), pero conforme se avanza hacia el norte, el territorio se hace más árido. El origen del desierto de Gobi, entre otros, se encuentra en esta dinámica en Tibet.

El retroceso de los glaciares tibetanos se está desarrollando a gran velocidad. Se calcula que los principales están retrocediendo de 10 a 15 metros cada año. A ese ritmo, para 2100 habrán desaparecido los glaciares más importantes. Pero mucho antes, alrededor de 2050, los ríos de Asia que dependen de los glaciares tibetanos, comenzarán a experimentar cambios dramáticos al caer su nivel.

La desaparición de los glaciares tibetanos (que se estima cubren una superficie de decenas de miles de kilómetros cuadrados) se acompañará de un muy marcado proceso de desertificación de toda la meseta. De hecho, los grandes lagos que antes había en el altiplano también se han ido secando a ritmo acelerado. Eso está cambiando la forma de vida de las comunidades nómadas de la meseta. Los campos tradicionales de pastoreo están cada vez más secos, los animales pierden peso y los rebaños son cada vez más difíciles de mantener.

Sin embargo, lo más dramático no está en los cambios de los ecosistemas de la meseta. Lo importante de todo esto es que esos ríos afectan la vida de varios cientos de millones de personas en India, Pakistán, China y el sudeste asiático. El Yangtzé es la principal fuente de agua para unos 300 millones de chinos. El Bramaputra, el Indo y el Ganges son vitales para otros 200 millones de habitantes de India y Pakistán. Y en cuanto al Irrawady y el Mekong, son la clave de la agricultura y la vida de las poblaciones de la convulsionada Myanmar (Birmania), Tailandia y Vietnam.

Algunos científicos esperaban que los cambios en el patrón de precipitación pudieran revertir la caída en el nivel de, por lo menos, algunos ríos. Sin embargo, la evidencia de los últimos 20 años no parece justificar esta idea. Como ejemplo, varias investigaciones sobre el nivel medio del Yangtzé muestran que el río ha experimentado un declive importante en las últimas dos décadas. Como resultado, este año muchas de las ciudades ribereñas han experimentado una crisis en sus sistemas de aprovisionamiento de agua que dependen del caudal del río.

La disminución de glaciares, la desertificación en el noroeste y la declinación de sus ríos deben ser una señal para Pekín. Sin embargo, la voracidad energética del capitalismo chino parece no tener límites: en años recientes la producción de carbón se ha duplicado (hasta rebasar los mil 200 millones de toneladas anuales) y actualmente se construyen unas 500 plantas termoeléctricas que utilizarán carbón para sus generadores.

En 2006 China rebasó a Estados Unidos y se convirtió en el primer emisor de gases invernadero. Las plantas de su sector energético (69 por ciento de su energía primaria proviene del carbón), aunadas a las de cemento (44 por ciento de la producción mundial) son las principales fuentes de bióxido de carbono en China. Pero hay una diferencia: las emisiones anuales por habitante en ese país apenas alcanzan 3.5 toneladas de CO2 equivalente, mientras en Estados Unidos superan las 20 toneladas. Esta asimetría es uno de los contenciosos más importantes que impide un acuerdo sobre cambio climático. De todos modos, con las tasas de crecimiento de emisiones actuales, para cuando los intereses económicos del mundo se pongan de acuerdo, la suerte de la meseta tibetana ya estará decidida y las repercusiones globales serán inmensas.

Fuente: La Jornada (México)